Escribe Enrique Carrier sobre el reciente cruce entre Donald Trump y Elon Musk.
El reciente cruce entre Donald Trump y Elon Musk fue mucho más que una pelea de egos que puso en evidencia una tensión estructural entre el viejo populismo nacionalista y un nuevo poder tecnolibertario, global por naturaleza y privado por convicción. Más allá del (triste) espectáculo, lo que realmente
comienza a preocupar a los gobiernos de todo el mundo es el nivel de concentración de poder tecnológico y geopolítico que ostenta SpaceX, empresa madre de Starlink.
No se puede soslayar la relevancia que ha adquirido SpaceX en el sector espacial en los 23 años transcurridos desde su fundación como Space Exploration Technologies Corporation. Desde el vuelo inaugural de sus cohetes parcialmente reutilizables en 2010, estos
se han convertido en los vehículos más utilizados del mundo para misiones orbitales, con 485 lanzamientos completados. Presta servicios regulares a la Estación Espacial Internacional, transportando tripulación, carga y suministros; lanza satélites e incluso otras naves. Además de su vínculo con la NASA, SpaceX es el principal proveedor de lanzamientos satelitales del Pentágono. El ejército estadounidense también es uno de los principales clientes de Starlink. Tal es la magnitud de esta relación que el gobierno de EE.UU. mantiene contratos con SpaceX por más de 22.000 millones de dólares, entre misiones espaciales y operaciones militares clasificadas.
Por su parte,
Starlink se ha convertido en una infraestructura crítica con cobertura global. Su constelación de satélites LEO ya desempeña un rol significativo en conflictos armados (con el caso ucraniano como principal referencia), operaciones humanitarias, sistemas de defensa y economías digitales. Hoy,
Starlink es un actor geopolítico tan estratégico como sensible.
Esa interdependencia entre una empresa privada y los intereses estatales genera tensiones que no son nuevas, pero que hoy se intensifican. En medio de la polémica, algunas
voces cercanas a Trump llegaron a sugerir la intervención o incluso la expropiación de SpaceX. ¿Es probable? Muy poco. ¿Es preocupante? Sin duda. El solo hecho de que se plantee en voz alta ya enciende alarmas: crece la sensación de vulnerabilidad y desconfianza hacia los principales actores.
El liderazgo de SpaceX, tanto en lanzamientos espaciales como en conectividad,
la ha convertido en una referencia obligada que todos observan, aunque desde atrás y con varios años de desventaja. Su peso estratégico es tal que muchas capitales, desde Bruselas hasta Beijing, están activando respuestas. La Unión Europea lanzó su propio proyecto: IRIS², una constelación satelital orientada a garantizar soberanía digital y competitividad. La lógica es clara:
no se puede depender de una infraestructura crítica controlada por un actor privado extranjero, especialmente cuando existe un historial reciente de decisiones imprevisibles y relaciones inestables con los gobiernos. En esa línea se enmarca también la
aprobación sin trabas de la compra de Intelsat por parte de SES, o el nuevo impulso que recibe OneWeb, una alternativa por ahora más acotada en capacidades y públicos, pero con peso político gracias a sus socios europeos y su participación en proyectos de relevancia geopolítica. China, por su parte, acelera el desarrollo de su propia constelación satelital, al tiempo que refuerza el control estatal sobre todo su ecosistema espacial.
Para Pekín, depender de redes externas no es una opción cuando la soberanía tecnológica es piedra angular de su política exterior.
En América Latina, Starlink crece sin mayores rivales, al menos por ahora. En el caso argentino, y según
datos del Enacom, la cantidad de conexiones satelitales creció un 3.000,17% en el último año, coincidiendo con el inicio de las operaciones comerciales de Starlink, que ya alcanza alrededor de 150.000 puntos conectados. Sin dudas, un arranque exitoso.
La competencia más prometedora en el horizonte es Kuiper —la constelación de Amazon—, aunque su llegada está prevista recién para 2026. Kuiper anunció que comenzará a operar en latitudes extremas, lo que en la región significa arrancar por Argentina y Chile. Por ahora, es más expectativa que realidad.
El dominio de SpaceX y los vaivenes de la política exterior estadounidense hacen que depender de un solo proveedor ya no sea sostenible ni aconsejable. La respuesta global para lograr un nuevo equilibrio es múltiple y ya está en marcha. No obstante, el camino es largo, ya que SpaceX lleva varios años de ventaja con un desarrollo notable. Un mundo cada vez más impactado por el sector espacial se está reconfigurando ahora.